¿Es el desarrollo web un oficio?
Una de las muchas bondades del film dirigido por Luis López Carrasco es su capacidad de mostrar la complejidad de un fenómeno tan central en nuestras vidas como es el trabajo. Más allá de las luchas sindicales de Cartagena en 1992, la película entra de lleno en el peso de lo laboral al definir quiénes somos, cómo pensamos y cómo nos definimos individual y colectivamente.
Siempre hay alguien trabajando
Durante la mayor parte del metraje, la pantalla se parte en dos para mostrarnos el rostro de los interlocutores o las acciones de otras personas que se mueven en el mismo espacio.
En varias ocasiones, esta segunda pantalla muestra a los trabajadores del bar (especialmente a la cocinera) mientras limpian la barra, cocinan o sirven las comidas y bebidas. De hecho, es bastante normal que las conversaciones del documental se vean interrumpidas por un camarero que trae consumiciones o limpia las mesas.
Creo que esta deliberada introducción del ir y venir de los trabajadores del bar es un recordatorio de la naturaleza del trabajo, de que siempre hay alguien trabajando, de la visibilidad y al mismo tiempo invisibilidad de esta energía continua e infinita. Incluso en un filme en el que los protagonistas se sientan a discutir relajadamente sus problemas es necesario que alguien sirva las cervezas: en todo momento es necesario el trabajo de los otros, en todo momento hay alguien trabajando.
La naturaleza del trabajo en el desarrollo web
Esto, junto con otras partes del film, me llevaron a pensar en la naturaleza del trabajo en nuestro sector, el desarrollo web.
La mayoría de trabajadores que aparecen en la película no sufrirían en describirse como obreros y sus trabajos como oficios, dada la preponderancia del trabajo manual, la falta de estudios reglados (o su brevedad) y el aprendizaje directo en el lugar del trabajo desde una edad muy temprana.
Tendríamos poco problema en decir que los protagonistas del film son los obreros e incluso, si se quiere, recuperar un término denostado: son de clase obrera.
Podemos verlo claro aunque sea por contraste ya que nosotros, los desarrolladores web, tenemos demasiado claro que nuestro trabajo no es un oficio.
La idea que muchas personas tienen en nuestro sector respecto a su propio trabajo no puede recordarme más a mi breve paso por el mundo del periodismo. Quitando una gran diferencia—en un sector hay trabajo y en otro no—en ambos se produce en ocasiones una romanticización del propio trabajo y de su exigencia, quizá para demostrarse a uno mismo y a los demás que es algo especial, no es un oficio, requiere de una capacitación intelectual determinada, que no todo el mundo puede aprenderlo.
¿De verdad es así?
Programar es (casi siempre) un oficio
Cuanto más lo pienso y más veo mi día a día, más creo que en la mayoría de los casos, el desarrollo es un oficio. Y que esto no debería de verse en absoluto como algo peyorativo o menor.
En el film, hay varios momentos en el que los trabajadores de las industrias cuentan los que fueron sus trabajos demostrando un gran conocimiento técnico y un cariño por su trabajo que desmiente completamente esa división entre lo obrero / no intelectual (repetitivo, sin conocer la naturaleza de lo que se hace) y lo no obrero / intelectual.
En ese momento me asaltó la idea de la que parte este artículo: el modo en el que esos obreros habían accedido al conocimiento sobre el funcionamiento de sus industrias es similar al modo en que yo puedo acceder al conocimiento de, por ejemplo, Drupal o Vue.js: a través del trabajo diario.
Existe una ficción bastante extendida en el mundo del código y en el periodismo (los dos ámbitos que conozco) por el cual todo el mundo se quiere ver como un creador, un trabajador del intelecto si se quiere ver así. Cualquier subterfugio es bueno para ignorar las características repetitivas del oficio, la evidencia de que nada ocurre en un vacío y que usamos principalmente herramientas de otros, la verdad de que el 90% de lo que hacemos no es tan terriblemente complicado como nos contamos y que la mayoría de personas, con tiempo, podrían aprenderlo.
Cada vez que usamos Drupal, o Vue, o Svelte, o Polymer... estamos haciendo lo mismo que los trabajadores de la fábrica de Cartagena cuando recibían los tanques y las maquinarias. En el film se ve cómo ellos, como nosotros, aprenden sus usos, disfrutan abriéndolas para entenderlas y usándolas para construir cosas. Estoy seguro que el orgullo de botar un barco desde una naviera es comparable al de un buen paso a producción.
La enorme mayoría de nosotros no somos los creadores de los sistemas que utilizamos, y contribuir a ellos mediante el Open Source nos puede hacer merecedores de elogio pero no eleva especialmente nuestro trabajo ni lo hace mejor que el de otros como muchas veces nos contamos a nosotros mismos (es más, en su peor versión el Open Source se puede conseguir en trabajar gratis para otros... pero esto es un berenjenal que mejor dejar para otro día).
En resumen, hoy día la mayoría de nosotros somos más bien obreros del código, eternos aprendices del oficio, participantes en uno de los muchos nuevos oficios que el auge de las tecnologías de la información ha creado.
Pero, no lo dudemos, nuestra posición en el sistema es subalterna. Si el día de mañana hubiera una desindustrialización del código, esto es, una desaparición rápida y traumática de gran parte de nuestras herramientas y modos de vida, que nadie dude que nos encontraríamos en una posición parecida a la de los obreros de Cartagena en el '92, por mucho que pensemos lo contrario.
Un sentido de lo común
«El Año del Descubrimiento» expone también cómo los obreros del 1992 enfrentaron la desindustrialización como un colectivo unido por lazos de solidaridad. En muchas ocasiones, el foco se pone en la existencia de estructuras (sindicatos) y acciones concertadas (huelgas), pero es bueno no olvidar que esto no puede existir sin la conciencia previa de que los problemas de los demás son los tuyos. Siempre hay alguien trabajando.
En su lugar, los trabajadores que sufrieron la crisis del 2008 aparecen desunidos y atomizados, individuos antes que colectivo. Su capacidad de resistencia es menor. Habitan ya en la derrota del mundo anterior.
Los programadores (y los periodistas) sufrimos mucho ese tipo de individualismo por el cual tendemos a desarrollar relaciones de competencia con nuestros pares y de superioridad con los trabajos que consideramos menores.
Si empezamos a considerar nuestros trabajos como más parecidos a los de un estibador que a Steve Jobs, quizá sea posible comenzar a recomponer las relaciones de solidaridad entre pares y con los demás que pasan, primero, por considerar que los demás tienen vidas, inquietudes, problemas y capacidades como los tuyos y que la supuesta complejidad de tu trabajo no hace al resto de trabajos menores, así como que esos trabajos menores revisten una complejidad que quizá ni imaginas.
Si empezamos, en definitiva, a considerar y defender que nuestro trabajo es un apasionante oficio tan duro y tan digno como tantos otros y no un supuesto ejercicio de genio, creo que habremos ganado algo muy importante: saber quiénes somos de verdad.